Punto de encuentro de todos aquéllos que estén interesados en vida y obra del Padre Leonardo Castellani (1899-1981)

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viernes, 3 de febrero de 2012

La defensa del football

UTILIDAD EDUCATIVA DEL DEPORTE

Wee Willie Winleie
Runs through the town
Up stairs and down stairs
In his night-gown...
Turling at the window
Crying at the lock
Are the weans in their beds
For it's now ten o'clock.



                Días pasados tuve una discusión con mi tío Cipriano—por causa de un catálogo de football y box que me traje de Harrods —sobre los deportes.
                — No, tío — le dije respetuosamente — . En eso no hacemos migas. El fútbol es una gran cosa.
                —Sí, para formar caballos.
                —No, tío. No me va a encontrar ningún caballo que juegue al fútbol. O por lo menos que juegue bien. No es broma, tío. El fútbol tiene más intríngulis de lo que algunos piensan.
                —¿Intríngulis quiere decir el tobillo amoratado de una coz que trajiste a casa el otro día?
                —Ese tobillo, tío, ya se lo he dicho, me lo hizo uno que no sabía jugar al fútbol. ¿Ustedes creen que jugar al fútbol es patear al rumbo? El que patea a otro, se le cobnfree-kiky pierde el team por causa de él, y los compañeros le gritan: "¡Mira, idiota, lo que nos pasa por no fijarte!". Y los contrarios gritan: "¡Muía amaestrada del circo Sarrasani!".
                —¡Mira que lindo modo de hablar aprenden en el fútbol! —dijo mi hermana mayor.
                —¡Mira vos, calíate, Chela, porque nadie te ha dado vela en este entierro!
                —Oy, Jesús, qué fino se va poniendo este chico —dijo Chela, muy remilgada.
                —¿Así se trata a su hermana, caballerito?—dijo mamá, severa.
                Una de las grandes desgracias que puede sucederle a un muchacho en este mundo es tener hermana, y la mayor de todas es tener hermanas mayores. Yo tengo dos, que quisiera mejor tener dos diviesos. Con los hermanos uno se puede arreglar lo más bien, sobre todo si son más chicos, como los míos. Pero las mujeres son enredonas y nadie las entiende. Criticonas que no hacen más que reírse de uno y no saben jugar a nada. Pellizcan espantosamente, y si uno les da el bife más insignificante, enseguida lloran y mamá les da la razón y me dice que no soy caballero y otras cosas bien duras. Finalmente, cuando tienen un año más que uno, se piensan que pueden mandarlo y gobernarlo como si uno fuera sirviente suyo.
                —Lo que a mí me displace en esos depogtes ingleses — salió Mile. Boguet, que es la institutriz de Chela—, es que echan a pegdeg las buenas manegas. Aprenden allí unas manegas de brutos... La esgrima, que es el depogte de Francia, es un depogte fino...
                —El hombre para ser hombre, tiene que ser un poco bruto —dije yo.
                —Eso se lo enseñan esos amigotes guarangos que este
mocito va sacando ahora —dijo Chela.
                —El hombre más hombre debe tener maneras—dijo serio mi padre —. Lo cortés no quita lo valiente.
                —Pero las maneras del hombre no son las de las mujeres — dije yo —. Lo que quiere Chela es que yo haga un papel comilfaut cuando vienen las Lassaga a tomar el té con ella, que vaya a sentarme en la sala a hablar de sonseras. ¡No las puedo ni ver! ¡Primero me voy al Colegio toda la tarde a estudiar Cosmografía, que es lo último que se puede decir! Y últimamente, en el fútbol no se aprenden guaranguerías. En el fútbol no hay que irritarse, y eso es ser sufrido; no hay que hacer trampas, y eso es ser leal; hay que someterse al refere, y eso es ser disciplinado; hay que jugar combinado, y eso es ser generoso. Y si no, free-fdk que te crió. ¿No son éstas maneras de hombre? El fútbol ha sido inventado por un pueblo de gentlemen *.
                —¿De qué?
                —De gentiles-hombres. Para jugar al fútbol hay que ser todo un hombre.
                —¿Tú me tienes a mí por un hombre?
                —Sí, querido tío.
                —Pues en mi tiempo no se jugaba al fútbol ni por pienso.
                Es de saber que en el tiempo de mi tío las cosas eran mejor que ahora. Pero mi parecer es que ya no estamos en el tiempo de mi tío, sino en el nuestro, y por lo tanto no hay más remedio que contentarnos con lo que tenemos. Así se lo dije, añadiendo que en mi opinión los porteños, en general, no perderíamos nada haciéndonos más varoniles, ya que no lo somos tanto ahora (según mi tío), como en el tiempo "en que los muchachos no usaban gomina". Era un argumento terrible, porque éste precisamente es uno de los tópicos favoritos de mi tío.
                —La virilidad del varón—retrucó éste—no se mide por aquí, sino por aquí (dándose un gran bife en la frente). El hombre vale por esto (otro bife) y no por los pies, en lo cual cualquier rocín gana.
                —¡Ah, entonces usted piensa que yo, porque juego al fútbol, no me distingo por también esto"—dije yo con otro bife en la frente.
                —Hijo, por de pronto, todo el tiempo que gastas en el fútbol, no estudias.
                —Y todo el tiempo que duermo, tampoco. Pero si juego un buen match el jueves, estudio mejor toda la semana.
                —Ya sabes, Manuel, que el médico le ha recomendado el ejercicio — dijo mamá.
                (Se me ensanchó el corazón. Mamá empezaba a ponerse de parte mía. ¡Oh, buena, dulce, discreta mamá, que sabe lo que es tener una discusión uno sólo contra toda una sobremesa!).
                —Moderadamente y como gimnasia recetada por el médico, como medio higiénico-terapéutico, pase. Pero esa fiebre futbolística que ha invadido a toda la juventud contemporánea... — empezó mi tío.
                —Perdón, tío; pero es que a toda la juventud contemporá¬nea se lo ha recetado el médico —dije.
                —Efectivamente. Los deportes yo los tengo por necesarios a las grandes ciudades modernas — dijo mi padre.
                (Mi padre también. ¡Magnífico!).
                —Cuando se juega tanto, tío, por alguna razón será—dije yo — .El entusiasmo del mundo moderno por los deportes no puede ser inmotivado.
                —Es artificial—dijo mi tío—, provocado por los diarios y los profesionales. Si se jugara tanto, como dice; pero se juega poco. Se mira y se habla mucho. Se habla sobre todo. ¡Qué disgusto me da oir hablar a los niños de ahora! ¡No tienen en la boca más que el gol y el chut y el arco, la patada, Firpo, Tesorieri! Nos vamos embruteciendo.
                —¿Y qué le gustaría más a usted, oir a dos muchachos de cuarto año como yo, decirse: "¿ Viste, che, el chut esquinado que tiró Giardino ayer, como un teorema ? ", o bien decirse: "¿ Viste la cinta de ayer, che, cuando la princesa sale del castillo a escondidas de sus padres para fugarse con el trovador?". Vamos a ver, ¿cuál le gustaría más?
                —Ninguno. Lo que me gustaría más sería que hablasen de cosas serias e instructivas.
                —Los muchachos no podemos hablar de cosas serias. No las sabemos. Las estamos aprendiendo. Nuestros padres y maestros hablan por nosotros de cosas serias y después nos las dan hechas en pequeñas dosis. El muchacho que reza, obedece, juega y estudia, ya ha cumplido. ¡No me venga a contar usted a mí que en su tiempo hablaban los muchachos de sociología!
                —Lo que yo censuro no es el juego en sí, es el entusiasmo exagerado de las turbas. Revela poquísimo ideal, poquísima elevación de miras, un materialismo craso, el culto animal de la fuerza...
                —El pueblo tiene que admirar alguna cosa, tío. Ay del pueblo sin entusiasmo. "We life of admiration, hope and love", dijo un poeta. (Para que vea si sé solamente jugar fútbol). "Ilfaut que les pauvres gens aient aussi son ideal", dijo otro. ¡Que vayan las masas a ver partidos atléticos para respirar aire puro y olvidar que son desdichadas, tío!
                —¿Y no pueden entusiasmarse por cosas un poco más elevadas que la fuerza bruta?
                —No. No están a su alcance. ¡Ah! ¿Entonces usted cree que lo que admiran las multitudes clamorosas en torno de los estadios, desde Pericles acá, es la fuerza bruta?
                —Pues, ¿qué admiran entonces? —La inteligencia y la belleza. —Anda.
                —Un partido de fútbol es una cosa bella. Un partido de football no lo ganan los pies, sino la inteligencia.
                —Sí, eso es, por medio de logaritmos.
                —Diga que usted nunca ha visto un partido de football bien jugado.
                —Lo he visto y me parece un espectáculo estúpido.
                —Pues es un hermoso espectáculo. Aire abierto, la cancha verde y el cielo azul maravilloso: ése es el limpio teatro, con el sol por candilejas y el viento por ventilador. Las camisetas rojas y azules que se esparcen por él como grandes flores, que se desparraman ordenadamente a tomar sus puestos como una bandada de... patos marruecos. (No se rían. ¿Ustedes no los han visto en la estancia, rojos y enfilados?). Hay un minuto de silencio profundo como el que precede a las batallas. En todos los rostros tenaces se lee la voluntad del esfuerzo. (¿Ustedes piensan que es poco educativo ese ejercicio de energía, esa voluntad de vencer, esa práctica del esfuerzo colectivo? ¿Usted cree que se necesita poca energía para continuar animosamente un partido que va 3 a 0? La energía es una virtud natural que se acrece por repetición de actos; y el saber querer con vigor, aunque sea ganar un partido, es muy buena cosa, tío). Pero he aquí que un silbido hiende el aire y la pelota da un brinco y tres jugadores se lanzan sobre ella como tres leones...
                —Y empieza una behetría de carreras, patadas, caídas y gritos, que dura hora y media de la más monótona y sonsa manera que del cerebro de un inglés esplenético pudo brotar. Excepto el caso en que la aridez se rompa con algún incidente divertido, como piernas rotas,
insultos, botellas tiradas por el público o trenzada de dos jugadores a puñete limpio. Si, lo he visto       — No hay tal aridez, tío. No hay tal confusión. De las botellas tiene la culpa la policía. Por encima de aquel conjunto de movimientos variadísimos, de las carreras precisas, de los saltos atrevidos, de los ataques y de las defensas, de los limpios esguinces (gambetas en italiano), de los golpes poderosos al balón derecho al blanco como una bomba dorada que en inglés se llaman chutes, hay una voluntad ordenadora, hay un jefe, tío, y hay una idea. Mejor dicho dos jefes en lucha entre sí, mayor belleza. Por eso un buen partido de fútbol tiene tanta unidad como un drama, con sus peripecias y su desenlace, y por eso oprime los pechos y arranca gritos. Así como en cada jugador hay una voluntad tensa hacia un fin, que preside el juego de los músculos elásticos (¡oh, el cuerpo humano es hermoso, es una maravillosa criatura de Dios, tío, más hermosa que una puesta de sol!), así también hay en el team una voluntad superior que unifica a los Once, que les ha repartido su puesto eficaz, que trabaja por medio de ellos y hace por ellos lo que por sí no podría hacer. Eso es gobernar, tío; ese es el placer, el arte, y el dolor de gobernar. ¡Las cosas que yo aprendí siendo capitán del team "Coscorrones"! El capitán tiene que ser el más disciplinado, el más animoso y el más sufrido de todos, porque su voluntad debe ser el sostén de las otras, que son como su prolongación. Manda a todos pero también tiene que someterse a todos, siervo de los siervos de Dios, como el Papa. "Ninguno manda bien sino el que sirve a todos", dijo otro poeta inglés.
Some beneath the further stars
Bear the greater burden:
Set to serve the lands they rule
(Save he serve no man may rule)
Serve and love the lands they rule,
Seeking praise nor guerdon...
                                                 KIPLING
                Mi tío ya iba de capa caída y me miraba sonriendo de mi elocuencia.
                Es que también yo me estaba sobrepujando a mí mismo.
                —El fútbol no consiste en la fuerza bruta, dije. Mire los que juegan mejor en el Colegio: Miglioli Juan, Pérez, Ferrer Pedro, Méndez Carlos, Noriega, yo mismo... ¿Soy un buey, yo? ¿No soy un tipo elegante, Chela?
                —Ja, ja—dijo mi tío—.Buenos estamos. ¿Qué le vamos a responder a este abogadillo impetuoso?
                —Nada, tío. Es inútil. Hay que embromarse. Lo tengo bien estudiado, he leído libros y oído a personas que entienden; y sobre todo lo he vivido y lo he visto...
                —Jugando despacio y con buenas maneras — dijo mi hermana—, dice la Madre Hortensia que el fútbol no es malo. Pero esos modos guarangos, muía y patadura, que querés que te diga, a mí no me gustan.
                —No seas pata, Chela — le dije — , esos modos representan una sanción social que vos no entendés. ¿No ves que esos apelativos son un medio de educación un poco rudo que usan entre sí los muchachos? "Los muchachos se educan unos a otros mucho más de lo que nosotros podríamos y osaríamos", dijo un gran educador inglés. ¿No ves vos que un muchacho inurbano o abusador, se va ganando poco a poco la fama de muía; y después viene una elección de team y ninguno lo quiere elegir? "Es un muía (dicen los dos capitanes), no sirve". Y el pobre se lleva un calor negro, y aprende... que pocas faltas quedan sin castigo en este mundo, aunque el castigo no sea siempre inmediato; que existe una sanción social para las faltas contra la sociedad, que consiste en la opinión de los otros; y que la fama es un bien precioso que todo hombre debe velar por conservar íntegro. Chela mía, ¿qué sabes vos de confituras si nunca has sido confitera?
                Y volviendo sobre mi tío, como Napoleón sobre Brunswick en la batalla de Jena, le di la última carga.
                —Tío, los que dicen que los espectáculos atléticos embrutecen son unos atrofiados. Las multitudes han tenido siempre espectáculos. ¡Ojalá que el football y aún el box -sí, el box-derrotaran para siempre al cine nervioso y afrentoso y se hicieran nuestros espectáculos nacionales! Los asirios, tío, admiraron a Asurbanipal el cazador de leones; los griegos a Milón el atleta en la palestra; los romanos a Galo el reciario en la arena; los bizantinos a Critias el cochero en el circo; la Edad Media a Ricardo Lionhearted en el torneo... ¿por qué no hemos de admirar nosotros a Tesorieri el arquero en elfied y a Firpo en el ring, cuando admiran ustedes los españoles a Belmonte el espada en el redondel?
                —¡Pasando por alto lo del Belmonte, a quien yo no admiro ni tampoco ningún español que se respete — gritó mi tío indignado—, conste que no es lo mismo admirar a Tesorieri que admirar a Firpo! ¡Oh, el box, no, el box, eso sí que no!
                —¿A que lo convenzo, tío, que el box sí?... Porque así como el Fútbol es la Disciplina, el Box, tío, es la Iniciativa...
                —¿A que no me convences?
                —¿Qué me da usted si le escribo una "Defensa del Box" con razones razonables y convincentes?
                —¿Qué quieres tú que te dé, si las razones me convencen!
                —¿Me compra ese par de guantes de box de trece pesos
que está ahí en el catálogo de Harrods?...

Tomado de: Leonardo Castellani, “La reforma de la enseñanza”, Vórtice, Buenos Aires, 1993, pp. 189-196. [Gentileza Luciano Gallardo.]

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